El viejo despertador de largas agujas tocó las 7.30 de la mañana.
Lily abrió los ojos lentamente, aunque aún no sabía si estaba despierta o si todavía seguía seguía en su placentero sueño.
Se frotó los ojos y decidió ponerse en pie, poco a poco, sin hacer el menor sonido.
Sobre la mesilla tenía el reproductor de música apagado. Automáticamente lo encendió, y con el indie-pop al máximo se dirigió hacia la cocina a recuperar de la nevera aquel pedacito de pastel de fresas con nata.
Y tal y como el brillante sol se apoderaba de su habitación, ella brillaba, también.
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