24.10.13

Una vez tuve un sueño. Un sueño en el que nada ni nadie podía herirme. Nadie podía arrebatarme absolutamente nada. Ahí estaba yo, con mi pequeña capa y chaqueta antibalas, por si de repente algo lograba distraerme. La lluvia era cálida en días fríos y fría en días cálidos; el sol, extraordinario, me sonreía desde lo más alto del universo; los pájaros hablaban con otra melodía; y el aire. Ay el aire. No puedo explicártelo. Quizás tuve la suerte de no despertarme durante mucho tiempo. De hecho, allí estábamos atrancados en el tiempo. Ni siquiera envejecíamos, simplemente crecíamos mentalmente. Aún no te he contado que una parte de mi todavía sigue ahí, intacta, en el mismo sitio donde aterricé. Mis cinco sentidos están resguardados del miedo y otras malvadas criaturas que nunca llegarán a mi. Desgraciadamente, la otra, está en esta pequeña gran triste realidad.